El mito del líder carismático.
Por Hugo A. Avendaño
Contreras
Colaboración para el Semanario Fin de Semana
Veo las
formas y la energía con que el candidato opositor a Hugo Chavez –Henrique
Capriles - se dirige a su electorado y acabo viendo el mismo estilo, la
intención y el ofrecimiento de la expectativa del líder carismático que ofrece
un cambio de rumbo para Venezuela.
Son estilos
que se aceptan. Que se buscan y se valoran como intrinsicamente buenos. El tono
de voz, el lenguaje corporal, todo ello es atractivo para un pueblo que busca y
sigue buscando al líder que los lleve a mejores condiciones de vida.
Desde el
pragmatismo de las organizaciones, este paradigma del líder carismático poco a
poco ha ido desapareciendo. Si bien, existen personas que sumado a su carisma,
poseen una gran capacidad de concretar acciones y lograr objetivos, la
subcultura del carisma como único argumento de autoridad moral se ha
desgastado.
Las
organizaciones están en busca de líderes visionarios que sean capaces de contagiar
el entusiasmo por el logro de una expectativa de futuro, pero fundada en
objetivos, estrategias, líneas de accióny evaluaciones continuas.
Algunos de
los directivos de las empresas más importantes de México, no han sido
exactamente el modelo del líder carismático, pero se centraron más en estructurar
una organización que soportara el futuro, los embates del entorno y la
confrontación con los fracasos temporales.
Si bien es
cierto que en latinoamérica todavía se acepta y busca el modelo del líder carismático
como ícono de la aspiración ideal, sobran ejemplos de quienes con sus
capacidades mediáticas obtienen la responsabilidad pública o privada de dirigir
y una vez en el ejercicio de la autoridad, ofrecen resultados catastróficos.
De allí que
hoy en día resulte chocante la construcción de figuras artificiales mediante la
convocatoria mentirosa de grandes masas que aclaman la figura de un dirigente
en el que se reconoce capacidad y virtud sin límite.
El carisma
resulta relevante para quién con asertividad reconoce sus talentos y
limitaciones y por tanto resulta confiable hasta en los momentos equívocos,
pues no hay mejor muestra de fortaleza de quién se sabe falible.
Me asomo a
latinoamérica y veo todavía la tentación de seguir construyendo el modelo del
dirigente que todo los sabe, que todo lo puede y al que todos le aplauden
porque nunca se equivoca. Por nuestro propio bien, esperemos que el paradigma
pronto desaparezca.
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