Hugo Avendano

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martes, 3 de julio de 2012


Por Germán Martínez Cázares
Periódico Reforma

"El desastre", así tituló José Vasconcelos al tercer libro de su autobiografía, donde comenzó a recordar su histórica derrota electoral en 1929, cuando el PRI ganó por primera vez la Presidencia de México.

La derrota del PAN es eso: un desastre. Un naufragio sin atenuantes. Edulcorar el trago sería ingenua candidez.

El PAN debe asumir de buena gana una primera enseñanza, obvia en democracia: los ciudadanos no se equivocan. Es demencial sostener que un ciudadano acierta cuando vota PAN, y se disparató cuando vota PRI o PRD. El PAN no es una certeza moral, es sencillamente una opción cívica en un México plural.

Precisamente muchos jóvenes -de los que genuinamente irrumpieron en esta campaña y, por cierto, detuvieron el ascenso de Josefina- perciben al PAN rancio por confundir moral y política, o mejor, por mezclar las herramientas morales y las propias del "quehacer político". No creo en la política desnuda de valores, al contrario, sin ideales la política es mera gestión de intereses, y muchas veces el PAN cayó en ese bache. Pero en política los valores o las ideas no se imponen, se dialogan; no se dictan, se discuten; se razonan; no se esconden ni se secretean, se exponen a la sociedad; y finalmente se someten al examen de las urnas. El pensamiento panista no es verdad revelada, es argumento probable, por eso no debe extrañar que un buen día los ciudadanos lo aceptan, como en 2000 o 2006, y otro día lo rechazan, como ayer. Sólo desde el fundamentalismo alimentado por el dogma, se puede creer en la supremacía todopoderosa de la doctrina panista.

Esos valores nutren o inspiran tareas de gobierno y propuestas de campaña, pero ahora, el PAN deberá admitir las pocas banderas ondeadas en esta batalla electoral. ¿Cuál fue la oferta general de la campaña? ¿Qué significa hoy el PAN? ¿Qué grito o reclamo nos emociona unánimemente a los panistas, además de la miseria antipriista? El PAN no está convencido plenamente ni siquiera de defender a sus gobiernos.

Además, en muchas ocasiones traicionamos a la enorme bandera de la libertad. Toleramos a sindicatos opacos y antidemocráticos, estorbos de competencia libre y fomento al empleo. Confundimos al ciudadano que aprecia la libertad con el espejismo de las coaliciones con el PRD. Al desconfiar de esa libertad, aprobamos una ley electoral para enjaular al Presidente, maniatar a los partidos, engordar una burocracia electoral y meter en un mar de trámites la postulación ¿libre? de candidatos. La victoria cultural panista siempre fue una victoria de la libertad.

El PAN es esclavo de dinámicas y modos de andar extraños. Su actividad interna se resume en arrebañar voluntades, inscribirlas al padrón y subastarlas en cada elección interna. Las convenciones se deciden por tropel, no por razón, en ellas "pesa" más, por ejemplo, la vergüenza de un mexiquense admirador de Hitler y "su grupo", que la voz de Luis H. Álvarez.

El gobierno nunca supo comunicar. Y algunas veces "comunicaron" incertidumbre o simulación ¿Todos los funcionarios fueron leales al Presidente? ¿Compartían el rumbo panista? ¿En verdad, la deuda de Moreira en Coahuila o la del gobernador michoacano Godoy no se pudo evitar a nivel federal? No se "cacaraqueó el huevo" de grandes logros económicos, ni se entendió quién fue el responsable de los fiascos del "michoacanazo", del espectáculo a Florence Cassez o de atrapar al supuesto hijo de El Chapo. Entonces la perseverancia en el combate al narcotráfico, en momentos, se entendió como terquedad.

No soy ajeno al desastre panista. Fui dirigente de ese partido e incurrí en muchos de estos equívocos, por eso renuncié al mando panista. Creo en la cultura de la dimisión del personaje público que no da resultados. ¿Y ahora?

Después de aquella fallida campaña de Vasconcelos, éste tomó el camino de la amargura; Manuel Gómez Morin, su tesorero entonces, con optimismo fundó al PAN. ¿Qué sigue? ¿Lincharnos entre panistas? ¿Reanimarnos? No estaría mal, con humildad, empezar por ofrecer una disculpa al ciudadano defraudado con nuestros errores.

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