Hugo Avendano
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domingo, 11 de marzo de 2012
Twitter no es un megáfono
La red social es una herramienta democrática, horizontal, que requiere una alta tasa de participación para que funcione
Eduardo Portas
Ciudad de México, México (4 marzo 2012).- 00:00 AM
Por primera vez en la historia de los medios de comunicación, un político puede prescindir de la prensa para difundir un mensaje.
Una tecnología, no un cambio en la mentalidad de los ciudadanos que viven en las democracias modernas, ha sido el catalizador de este cambio paradigmático: Twitter.
Si el político buscaba una razón para entrar a esa red social, ahí la tiene. Su relevancia como actor en sociedad ahora depende de su capacidad para comunicar un mensaje en 140 caracteres, entablar un diálogo horizontal con la gente que gobierna –o intenta gobernar– y convencer a las masas de que puede conectar con el ciudadano a través de una pantalla.
El paradigma ha cambiado. El perfil del político dado de alta en Twitter contiene todas las posibilidades y al mismo tiempo todos los peligros para sacar el mayor provecho de esta herramienta conversacional.
Su mensaje ya no está limitado a un spot de radio o televisión, un mitin que requiere la presencia física de sus seguidores o una nota que ha pasado por la subjetividad de un reportero, los prejuicios de un editor y el ánimo del día de un director de sección. No. Ahora su mensaje puede ser personalizado para cada una de las personas que estén dispuestas a dialogar con él desde la comodidad de su casa o a través de un dispositivo móvil, cuando el vendaval de actividad de las ciudades modernas así lo dicta.
Los votos están ahí. Entender Twitter como una herramienta de la escuela clásica de la Comunicación, en donde un emisor bombardea con su mensaje a miles de receptores, implica la pérdida de una oportunidad inmensa para un político en busca del lado bueno de sus electores en potencia.
Algunos autores, como Kate Crawford, postulan que Twitter debe ser visto como el nuevo radio. El usuario de esta red social entra conscientemente a su línea de tiempo y comienza a observar decenas de moléculas de información, las cuales se convierten en "ruido de fondo". Su atención sólo se despierta cuando identifica algo de su estrecho panorama de intereses o cuando recibe una comunicación directa a través de una mención o un mensaje directo. Ahí, el político mexicano tiene una enorme área de oportunidad. ¿Por qué?
Twitter es una herramienta conversacional que funciona mejor cuando se usa con personas en nuestra cercanía geográfica. Hasta ahora, muy pocos políticos mexicanos han entendido esa lógica obvia para los usuarios más jóvenes de esta red social. Aunque no hay una estadística oficial de la edad promedio de los usuarios mexicanos de Twitter, es válido incluirlos en el 40 por ciento de los usuarios nacionales de internet que tienen entre 18 y 34 años según la Asociación Mexicana de Internet.
Los jóvenes buscan reconocimiento ante sus pares. En este caso, el estatus llega con el mayor número de potenciales conversaciones que puede realizar en cualquier momento: "tú me sigues, yo te sigo". Aquí, las conversaciones públicas son las más valoradas y sus amigos, conocidos o familiares las podrán ver. Apelar a esa lógica juvenil, en la que la privacidad en Twitter pasa a un tercer plano, le vendría bien a la figura pública. Él gana un posible votante; el joven, notoriedad ante sus pares.
Recordemos que la sociedad se "pantallizó" con los medios tradicionales. Se banalizó el mensaje a causa de la sobreinformación. A diferencia de la televisión, sin embargo, las redes sociales ponen al usuario en un modo activo. Su lectura e interpretación implican un estado mental atento gracias a la posibilidad de interacción. Las generaciones que crecieron junto con el auge de la televisión –grupo en el que se encuentran la mayoría de los políticos mexicanos– podrían utilizar esto a su favor.
Intentar aplicar una lógica tradicional de comunicación a este nuevo lenguaje de interacción resulta inútil. Los mensajes de propaganda que envían los políticos mexicanos a través de sus cuentas oficiales de Twitter son filtrados ipso facto y sólo provocan interferencia. Esa lógica tal vez funcione con el radio o la televisión, que a martillazos instala un discurso en un receptor pasivo, pero no en las redes sociales. Aquí, la palabra clave es la personalización, el reconocimiento del otro como individuo. Implica más trabajo por parte del interesado en ganar un voto, pero la recompensa es invaluable: se puede saber casi inmediatamente qué tanto incide una idea.
Cuando el político mantiene un diálogo con sus seguidores en Twitter, se vuelve alguien a quien se le puede delegar una responsabilidad. Al no hacerlo corre el riesgo de alienar a la gente a la cual quiere acercarse. Cuando el político usa un equipo de personas para tuitear en su nombre y simular un diálogo, incurre en "ventrilocuismo político".
El político no tiene opción más que interactuar continuamente con sus seguidores. De otra manera delega su responsabilidad de escuchar. Dado que las conversaciones que los políticos realizan en Twitter acaban siendo, cada vez con mayor regularidad, el mensaje que retoman los medios tradicionales para informar a la gente que no está en esta red social, su procuración se vuelve un tema central para cualquier figura pública. Aunque la autenticidad pueda parecer un término elástico, aquí se convierte en la moneda de valor más alto.
En esta red, si el político quiere conectarse con su electorado debe ir más allá de la construcción de puentes con el votante en potencia. Debe construir herramientas de identificación con ellos. De otra manera, corre el riesgo de repetir lo que pasó en la precampaña del demócrata Howard Dean en 2003, en la cual la gente satisfizo sus inquietudes políticas simplemente participando en la discusión vía su página (meetup.com), pero no hubo una movilización en el mundo real a su favor. Algo similar sucedió con el ex candidato presidencial colombiano Antanas Mockus, quien generó un enorme volumen de seguidores a su favor en las redes sociales. En esa campaña quedó constatado que una masa crítica favorable puede ganarse desde internet, pero Mockus perdió ante el hoy presidente Juan Manuel Santos.
Con las redes, el emisor mantiene mayor control de su mensaje, como lo demostró Barack Obama en 2008. El ahora presidente encuadró su mensaje en la esperanza, no en un debate racial. Saturó las redes con diálogo político y logró que su electorado se identificara con él.
El poder de Twitter radica en las microconexiones que ofrece para propagar un mensaje, no en acaparar cientos de miles de seguidores y dispararles un escopetazo propagandístico. Lo mismo aplica para Facebook. En las fragmentarias uniones se encuentra el capital para cerrar la brecha de identificación que requiere el político.
Está demostrado en Estados Unidos que las personas que usan las redes sociales tienen mayor probabilidad de ir a votar que aquellas que no las usan. Su capacidad para revivir el debate de la esfera pública depende de la riqueza del discurso que se les dé. En vista de la fuerza que adquieren las comunidades reticulares en las redes, es momento de que el político mexicano comience a arar su propio y nuevo camino digital.
El autor es director de CapitalSocial Investigaciones
Twitter: @EduPortas
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