Hugo Avendano
Escritor advenedizo, lector de tiempo discontinuo; futbolista y corredor de afición pero educador de tiempo completo por vocación. Con la firme intención de completar algún día un maratón. Consumidor y exigente del buen café. Gozoso de disfrutar de las simplezas de la vida. Tecnólogo autodidácta. Fan del Cruz Azul en México, del Barcelona en España y del Manchester United en Inglaterra. Integrante del Club de Corredores Nike+.
Me apasiona crear, innovar y transformar.
Amo a México
Upstart writer, reader time discontinuous . hobby player andrunner but full-time educator by vocation. With the firmintention of completing a marathon someday. Demandingconsumer and good coffee. Joyful to enjoy the simplicitiesof life. Joyful to enjoy the simplicities of life. Technologist autodidact. Cruz Azul and Pachuca Fan in Mexico. Barcelona in Spain. Member Runners Club Global Nike +
I love to create, innovate and transform.
I love Mexico
Pensar y hacer. Ora et labora.
miércoles, 16 de abril de 2008
Las manifestaciones de protesta y su impacto actual.
Entre 1915 y 1930, las manifestaciones urbanas fueron el canal de desahogo para muchos de los malestares sociales que se vivían en el país. Poco después, al consolidarse el modelo político mexicano, las manifestaciones de protesta eran en gran parte conducidas y negociadas, pues el corte corporativista del modelo no permitían realizar grandes acciones, por lo que los alcances eran limitados. Los grupos ajenos al modelo político eran fácilmente acallados o bien ignorados, por lo que su proyección social era casi nula. Baste recordar que en nuestro país hubo represiones graves al final de los sesentas y principios de los setentas.
Paradójicamente, es el corporativismo quién da fuerza a las manifestaciones en las décadas de los ochentas y noventas, pues resultaba notablemente atractivo para la población en general y para los medios de comunicación que alguien se rebelara contra el sistema político mexicano; así, si alguien protestaba, se convertía en una especie de héroe urbano con una valentía poco común de enfrentar a un monstruo de mil cabezas. No faltó quien en la inercia de estos movimientos sociales se sumara a este ciclo activista como una oportunidad de revancha, de reivindicación ante los hechos históricos décadas atrás. Hubo y se invento todo tipo de protesta: cazuelera, marchera, nudista, machetera, lechera, huevera, pasamontañera, bicicletera, silenciera, exhibicionista multiple, etc. Con todo ello se creo material suficiente para llenar los espacios televisivos ávidos de mostrar imágenes cada vez más cerca de la noticia, pero ante todo con un impacto mediático precedido de los colores, ruidos, mantas, pintas, bloqueos, mentadas, botargas y ocurrencias de quienes participaban en este tipo de eventos. Al mismo tiempo, se percibía un ambiente social de aceptación, de tolerancia y hasta de promoción de lo que ocurría en las manifestaciones. Tantos años de corporativismo y limitaciones a la libertad de expresión, fueron desbordados por un torrente de ideas anarquistas, utópicas y hasta ingenuas, en donde la ley, la norma, la regla, no se justificaban y por lo tanto no se aceptaban. Es decir, perdían toda validez. Se empezó a gestar una cultura de impunidad.
Hoy las manifestaciones de protesta siguen siendo válidas. Lo que ha dejado de existir, es esa “legitimidad social” que consideraba que los manifestantes tenían derechos plenipotenciarios aún agrediendo los derechos de terceros. La heroicidad urbana de estos movimientos ha desaparecido y ha surgido por el contrario una sensación de molestia contra aquellos que ahora no se limitan a protestar, sino que agreden a ciudadanos, atentan contra el patrimonio público y privado, afectando los derechos más básicos de cualquier ciudadano: transitar por las calles, llegar temprano a su casa o a su trabajo, tener acceso a su centro de estudios, vivir tranquilo sin la zozobra de sentirse amenazado o agredido por quienes bloquean el movimiento natural de una comunidad. Sin embargo, queda el reto de ya no alimentar el rating de la nota, de la preocupación gubernamental a través del escándalo ¿serviría de algo una manifestación civilizada si no atrae la atención de periodistas y gobierno? ¿serían atendidas las peticiones, reclamos y necesidades de quien siente la necesidad de manifestarse cuando considera que no se le ha atendido? ¿cabría la posibilidad de generar la solidaridad de la sociedad a las causas justas que se demandan en las manifestaciones sociales? Comparto estas reflexiones finales con el lector para invitar a crear conciencia sobre la nueva fenomenología social que empieza a gestarse en nuestro país. Cuanto desearía ver a mi ciudad –Tehuacán- ver libre siempre de los bloqueos y las manifestaciones que alteran sus ciclos naturales y al mismo tiempo una atención estricta y normativa a las necesidades sociales. Pero ante todo, no justificar la anarquía y el desorden en aras de causas justas. Tehuacán merece que los que vivimos aquí, aprendamos a ponernos de acuerdo.
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