Hugo Avendano
Escritor advenedizo, lector de tiempo discontinuo; futbolista y corredor de afición pero educador de tiempo completo por vocación. Con la firme intención de completar algún día un maratón. Consumidor y exigente del buen café. Gozoso de disfrutar de las simplezas de la vida. Tecnólogo autodidácta. Fan del Cruz Azul en México, del Barcelona en España y del Manchester United en Inglaterra. Integrante del Club de Corredores Nike+.
Me apasiona crear, innovar y transformar.
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Pensar y hacer. Ora et labora.
sábado, 28 de agosto de 2010
Moncayo: deuda a resarcir
Lázaro Azar
Ciudad de México, México (27-Ago-2010).- 03:53 AM
Vaya alboroto el propiciado por Alonso Lujambio la semana pasada, cuando presentó "el tema oficial" del Bicentenario comisionado por la Secretaría a su cargo a Alex Syntek y Jaime López, quien tuvo a bien aclarar -por si se ignorara la diferencia- que el encarguito que tan bien hicieron y mejor cobraron no es ningún himno sino una suerte de mega jingle, del que amenazan presentarnos versiones con ritmos más afines a esa mexicanidad que pretende exaltarse: bolero, cumbia, chachachá, son y danzón, sin faltar la canción ranchera.
En el foro habilitado por este diario, alguien precisó que no era más que una "cancioncilla frívola" y, a la par, me llamó la atención que más de un lector mencionara entre las opciones más dignas, al autor de una obra entrañable, ampliamente considerada un segundo Himno Nacional y que más allá de su exuberante vitalidad rítmica y desbordante colorido, enardece nuestro orgullo patrio.
Qué tal será el reconocimiento que su Huapango prodigara a José Pablo Moncayo (1912-1958), que acabó relegando sus demás obras y convirtiéndole en paradigma para los compositores de generaciones posteriores. Desde la cima de su exquisitez, no faltó quien menospreciara a cuantos -inconscientemente o no- buscaran redactar una obra tan popular y exitosa. Un segundo Huapango.
Desgraciadamente, al que no le faltara inspiración, falló al decantar una factura como la que minuciosa y sabiamente logró el tapatío; más triste es saber que, a un par de años de conmemorar el nacimiento de este invaluable mexicano, su legado permanece prácticamente inaccesible. Hay, si acaso, un reducido número de títulos de los que pueden "hacerse" los melómanos más entusiastas: Amatzinac, su Sinfonietta, Tierra de temporal, La mulata de Córdova, Bosques o Muros verdes...
Por el amor que me legara a quien fuera uno de sus más preciados maestros y con ello, la devoción hacia su música, mi deuda con José Antonio Alcaraz (1938-2001) crece día a día; qué diera por escuchar obras cuya existencia se limita a los diccionarios que las consignan, como su Pequeño nocturno para quinteto de cuerdas y piano, la Romanza de las flores de calabaza o ese temprano Diálogo para dos pianos y una vaca.
Tanto o más que el Huapango, mi favorita es la Sinfonía que estrenó la Sinfónica de México en 1944 y no volvió a tocarse hasta 1992 gracias a Enrique Diemecke, quien la grabó con la Sinfónica Nacional en 1997. Fue entonces cuando creí conocerla.
Creí... porque tras viajar para escucharla nuevamente en vivo el viernes pasado, me sorprendió la audición de amplios pasajes arbitrariamente mutilados en dicha grabación: 131 compases en el primer movimiento, 17 en el segundo, 32 en el tercero y 91 en el final, ahora restituidos gracias al comprometido empeño de Rodrigo Macías y los atrilistas de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato por descifrar los manuscritos de una obra que si no tiene el lugar que merece en el repertorio, es por el desinterés y/o la ignorancia de quienes deberían preservar, publicar y difundir la obra de nuestros compositores.
A 66 años de estrenada, esta Sinfonía finalmente volvió a oírse completa y, además de presentar un Moncayo más moderno y propositivo, ganó cohesión estructural gracias a la vitalidad, oficio y disciplina que de manera constante distinguen la batuta de este director texcocano que día a día se consolida como la más esperanzadora realidad del panorama sinfónico nacional.
¿Veremos, algún día, la edición de las obras completas de Moncayo? Su catálogo no es tan vasto como el de Chávez, Ponce o Enríquez para considerarle una tarea inviable. Justo y oportuno será echar manos a la obra para grabar y publicar un legado del que, como mexicanos, nos sentiremos más orgullosos que de cualquier efímero sha lala lala lalá...
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